Revoluciones / revoluciones

 

Había sido un auténtico revolucionario. No del tipo de los activistas de la cooperativa de éticos que habían sido capaces de  desnudarse en los congresos mientras mordían las leyes que los trajeados violaban tras jurar sobre las biblias; no del tipo de exigir comisiones de investigación contra la corrupción o de manifestarse públicamente en las calles. No hubiera podido formar parte del grupo pero tampoco comulgaba con el principio que dice la ley es la ley y nada hay por encima de la ley.  Era un antiguo, no tanto porque no se supiera adaptar a los avances de la técnica sino porque  era incapaz de renunciar a la idea de leer libros largos y enteros, a pesar de saber que algunos, en otras épocas, habían matado en nombre de las ideas. Sin llegar a posiciones extremistas, sí que pensaba que por encima de la ley estaba la legitimidad. Acaso lo aceptaban los de la cooperativa de la moneda, que lo usaban como modelo de figura pudiente y sensible, es decir, para perfumar el olor a podrido del dinero, aun ignorantes de que apenas décadas después, las redes se encargarían de ese trabajo sucio. Si una persona posteaba admiración por la ostentación de lujo de una marquesa, y otra opinaba sobre su banalidad, el foro esgrimía qué-mala-es-la-envidia. Así, la sumisión se disfrazaba de virtud y los golpes de estado comenzaron a darse con fórmulas discursivas del tipo nosotros no queríamos, por favor y gracias. Lo habían educado para creer en la educación. Ignoraba que la lucha social sucumbiría por servilismo hacia las nuevas aristocracias, por cumplimento de  aquello que escribía Musil, que si existe el sentido de la realidad, también el sentido de la posibilidad. Y a su juicio que había atinado: cuánta lucidez en su relato sobre el porvenir.  No lo llamaban para las trincheras, sí para despachar dialécticamente los asuntos del hambre, la necesidad o  la impotencia. Para unos, violento, anti-ético por servir los principios del gremio oscuro, como lo llamaban. Parte del gremio oscuro lo consideraba, en cambio, un cobarde, un incapaz por no tomar partido como ellos, aunque otra facción consideraba tan peligrosa su lengua que preferían tenerlo de su parte. ¿Quién era más oscuro entre los oscuros? No le ponían pues, etiquetas de colores. La suya era la de hombre raro y difícil. Lengua viperina, le decían. Lengua antídoto, -corregía. El frío había comenzado a calar su piel y la humedad anegaba su calzado. Los pies empezaban a engarrotarse como los de un ave. El ritmo de las pisadas sobre el follaje se apresuró en busca de calor mientras la lluvia comenzó a percutir contra los adoquines rudamente desnudados por el golpe de viento. El inofensivo acto de apertura de un paraguas lo dejó con escudo pero desarmado. Dos grandes pares de codos apresaron los suyos. Dos grandes pares de manos inmovilizaron las suyas. Su cuello sintió la gélida amenaza del acero.



He had been a true revolutionary. Not the kind of activists in the ethics co-operative who had been able to strip naked in congresses while biting the laws that the suits violated after swearing on bibles; not the kind to demand commissions of enquiry against corruption or to demonstrate publicly in the streets. He could not have been part of the group but neither did he subscribe to the principle that the law is the law and nothing is above the law.  He was an antiquarian, not so much because he did not know how to adapt to the advances of technology, but because he was incapable of giving up the idea of reading long, full-length books, despite knowing that some people in other eras had killed in the name of ideas. Without taking extreme positions, he did think that legitimacy was above the law. Perhaps he was accepted by those in the currency cooperative, who used him as a model of a wealthy and sensitive figure, in other words, to perfume the rotten smell of money, unaware that only decades later, the networks would take care of that dirty work. If one person posted admiration for the luxurious ostentation of a marquise, and another one expressed an opinion about her banality, the forum wielded what-bad-is-envy. Thus, submission was disguised as virtue and coups d'état began to take place with a we-don't-want-please-and-thank-you.

He had been brought up to believe in education. He was unaware that the social struggle would succumb to servility to the new aristocracies, in fulfilment of what Musil wrote, that if there is a sense of reality, there is also a sense of possibility. And in his opinion he was right: how lucid he was in his account of the future.  He was not called to the trenches, but he was called to discuss dialectically the issues of hunger, need or impotence. For some, violent, unethical for serving the principles of the dark guild, as they called him. Part of the dark guild considered him a coward and incapable for not taking sides like them, though another faction considered his tongue so dangerous that they preferred to have him on their side. Who was the darkest of the dark? He had, then, no coloured labels. His was that of a strange and difficult man. Viper tongue, they called him. An antidote tongue, he mused. The cold had begun to penetrate his skin and the dampness watered his feet, which began to stiffen like those of a bird. The rhythm of footsteps on the foliage hurried in search of warmth as the rain began to patter against the cobblestones rudely stripped bare by the blowing wind. The harmless act of opening an umbrella left him shielded but unarmed. Two large pairs of elbows clamped his own. Two large pairs of hands pinned his own. Había sido un auténtico revolucionario. No del tipo de los activistas de la cooperativa de éticos que habían sido capaces de  desnudarse en los congresos mientras mordían las leyes que los trajeados violaban tras jurar sobre las biblias; no del tipo de exigir comisiones de investigación contra la corrupción o de manifestarse públicamente en las calles. No hubiera podido formar parte del grupo pero tampoco comulgaba con el principio que dice la ley es la ley y nada hay por encima de la ley.  Era un antiguo, no tanto porque no se supiera adaptar a los avances de la técnica sino porque  era incapaz de renunciar a la idea de leer libros largos y enteros, a pesar de saber que algunos en otras épocas habían matado en nombre de las ideas. Sin llegar a posiciones extremistas, sí que pensaba que por encima de la ley estaba la legitimidad. Acaso lo aceptaban los de la cooperativa de la moneda, que lo usaban como modelo de figura pudiente y sensible, es decir, para perfumar el olor a podrido del dinero, aun ignorantes de que apenas décadas después, las redes se encargarían de ese trabajo sucio. Si una persona posteaba admiración por la ostentación de lujo de una marquesa, y otra opinaba sobre su banalidad, el foro esgrimía qué-mala-es-la-envidia. Así, la sumisión se disfrazaba de virtud y los golpes de estado comenzaron a darse con un nosotros no queríamos, por favor y gracias. Lo habían educado para creer en la educación. Ignoraba que la lucha social sucumbiría por servilismo a las nuevas aristocracias, por cumplimento de  aquello que escribía Musil, que si existe el sentido de la realidad, también el sentido de la posibilidad. Y a su juicio que había atinado: cuánta lucidez en su relato sobre el porvenir.  No lo llamaban para las trincheras, sí para despachar dialécticamente los asuntos del hambre, la necesidad o  la impotencia. Para unos, violento, anti-ético por servir los principios del gremio oscuro, como lo llamaban. Parte del gremio oscuro lo consideraba un cobarde y un incapaz por no tomar partido como ellos, aunque otra facción consideraba tan peligrosa su lengua que preferían tenerlo de su parte. ¿Quién era más oscuro entre los oscuros? No tenía pues, etiquetas de colores. La suya era la de hombre raro y difícil. Lengua viperina, le decían. Lengua antídoto, -meditaba él. El frío había comenzado a calar su piel y la humedad regaba los pies que empezaban a engarrotarse como los de un ave. El ritmo de las pisadas sobre el follaje se apresuró en busca de calor mientras la lluvia comenzaba a percutir contra los adoquines rudamente desnudados por el golpe de viento. El inofensivo acto de apertura de un paraguas lo dejó con escudo pero desarmado. Dos grandes pares de codos apresaron los suyos. Dos grandes pares de manos inmovilizaron las suyas. Su cuello sintió la gélida amenaza del acero.

 

 

He had been a true revolutionary. Not the kind of activists in the ethics co-operative who had been able to strip naked in congresses while biting the laws that the suits violated after swearing on bibles; not the kind to demand commissions of enquiry against corruption or to demonstrate publicly in the streets. He could not have been part of the group but neither did he subscribe to the principle that the law is the law and nothing is above the law.  He was an antiquarian, not so much because he did not know how to adapt to the advances of technology, but because he was incapable of giving up the idea of reading long, full-length books, despite knowing that some people in other eras had killed in the name of ideas. Without taking extreme positions, he did think that legitimacy was above the law. Perhaps he was accepted by those in the currency cooperative, who used him as a model of a wealthy and sensitive figure, in other words, to perfume the rotten smell of money, unaware that only decades later, the networks would take care of that dirty work. If one person posted admiration for the luxurious ostentation of a marquise, and another one expressed an opinion about her banality, the forum wielded what-bad-is-envy. Thus, submission was disguised as virtue and coups d'état began to take place with a we-don't-want-please-and-thank-you.

He had been brought up to believe in education. He was unaware that the social struggle would succumb to servility to the new aristocracies, in fulfilment of what Musil wrote, that if there is a sense of reality, there is also a sense of possibility. And in his opinion he was right: how lucid he was in his account of the future.  He was not called to the trenches, but he was called to discuss dialectically the issues of hunger, need or impotence. For some, violent, unethical for serving the principles of the dark guild, as they called him. Part of the dark guild considered him a coward and incapable for not taking sides like them, though another faction considered his tongue so dangerous that they preferred to have him on their side. Who was the darkest of the dark? He had, then, no coloured labels. His was that of a strange and difficult man. Viper tongue, they called him. An antidote tongue, he mused. The cold had begun to penetrate his skin and the dampness watered his feet, which began to stiffen like those of a bird. The rhythm of footsteps on the foliage hurried in search of warmth as the rain began to patter against the cobblestones rudely stripped bare by the blowing wind. The harmless act of opening an umbrella left him shielded but unarmed. Two large pairs of elbows clamped his own. Two large pairs of hands pinned his own. His neck felt the icy threat of steel.



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