La náusea

 El día de su cumpleaños, aparecieron con un sobre cuidadosamente lacrado que colocaron sobre la cómoda grande del salón. Junto al sobre, un paquete del tamaño de la caja de un reloj. El envoltorio era de Shining Gifts, señal de cierta distinción. Primero llegaron sus compañeros, luego algunos familiares. La prima Carola sacó de un saquito de tul una vela con forma de tres, luego de ocho y las dispuso con exquisita gracias sobre el pastel pese a verse visto obligada a descolocar un poco una cereza. Su sonrisa mostró la aprobación a una labor aún inconclusa. Así que tomó la espátula como batuta, miró a Rafael al tiempo que dio una palmada de apertura. Cum-ple-a… comenzó con voz atenorada. Luego dibujó una ce larga como sus dedos de cuello de cisne y se sumaron al coro, con ahínco, la estridente voz de Julio, la quebradiza de Jacob, el vigoroso sonido de Amelia, la atiplada tesitura de Romeo… ños-fe-liz. Quedó claro que era un muchacho excelente con el que se podían compartir, además, ciertas exquisiteces, risas y copas. No era un reloj, sino un perfume de 50 ml de las mejores marcas de Shining Gifts. El sobre lo abres luego, le ordenó Rafael. 

Hacia las doce comenzó la cenicienta despedida. Cerró la puerta a Carola, que tenía por costumbre irse la última. Lucas decidió que recogería su apartamento el día siguiente, lavó sus manos, sus dientes y decidió que una ducha sería peligrosa en su estado. Cogió el sobre y una vez puesto su pijama, se metió adentro de la cama. Lo abrió sin romperlo. Vale por cincuenta seguidores y dos megustas a las dos primeras publicaciones. El estómago se le revolvió como una lombriz. La noche devino larga y humillante sintiendo la hibérbole de la miseria de nuestro tiempo. Todavía no podemos calibrar las consecuencias de este experimento social, pensó, pero no dijo nada.




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