Amélie Nothomb. Los nombres epicenos



La pequeña Épicène, la niña-mujer hija del odio y de la ingenuidad, vive a la espera del momento en que se revele una verdad que conoce a golpes de intuición pero debe callar. “Me quedan siete años en esta cárcel. ¿Cómo voy a soportarlo? A modo de respuesta, un intenso frío se apoderó de ella. Existe un pez llamado celacanto que tiene el poder de extinguirse durante años si su biotopo se vuelve demasiado hostil: se deja vencer por la muerte a la espera de las condiciones para su resurrección. Sin saberlo, Épicène recurrió a la estrategia del celacanto. Cometió aquel suicidio simbólico que consiste en quedar entre paréntesis. Aquel asesinato invisible es mucho más frecuente de lo que se pueda pensar” (p. 59). Es el suicidio de los necesarios silencios radicales, de la desconexión de la vida tal y como acontece a la espera incierta pero esperanzada de que la vida patas arriba tenga un envés que habrá de acontecer. Y cuando llega, habrá de reconocerse en la vitalidad inusitada del ser.

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