Amélie Nothomb. Primera sangre

“El hastío ya no es mi amor”, decía Arthur Rimbaud en Una temporada en el infierno. 


Acabo de cerrar esta novela magnífica. Si el destino nos diera a probar la vida entre algodones y también una vida esquivando hambre y balas. Si fuéramos capaces de narrarnos ya adultos como niños. Si  tuviéramos el don de hacer un agujero sobre el tiempo y mirar en todas sus direcciones sabiendo que son tan fugaces como el momento en que se espía. Si ese ojo no fuera mejor receptor que la conciencia de quien es mirado, es decir, de ese nosotros auscultado por la lupa de la introspección.  Si pudiéramos hallar en el infierno un cielo contra todo pronóstico, sobrevivir al síncope  hematofóbico en pleno corazón de las tinieblas porque  se disfruta parlamentando… pues de esto va Primera sangre. 


Aquí el entrañable narrador de seis años que nos enseña a narrarnos, capaz de valorar su carrera de vida, nuestra infelicidad no puede ser más pues, que una narración defectuosa: “Así que iba a tener que morir. Tenía seis años y medio: la vida me parecía larga. Me habían ocurrido muchas cosas. Un artista me había retratado en brazos de mi madre. Había aprendido el oficio de portero de fútbol. En la escuela, me había ganado la amistad de Jacques, que se acordaría de mí. Podía aceptar la muerte serenamente”.  Destacan las referencias a la literatura como artesanía del temperamento, que revela las posibilidades de una pedagogía familiar inspirada en la asunción de retos lectores atemporales, sin recomendaciones de edad.  


“En el tren de regreso, intenté leer aquel regalo [refiere un libro de poemas de Rimbaud]. La infancia tiene la virtud de no intentar responder a la estúpida pregunta: «¿Me gusta?» Para mí se trataba de descubrir. Me abrí paso entre aquellos escarpados poemas. Tenía la impresión de que me proponían ascensos demasiado difíciles. Sin embargo, me prometí a mí mismo escalar aquellas cumbres cuando fuera alpinista”.


Al momentos Rimbaud le sucede una  recreación de  Cyrano. Cuando por fin deja de ser el poeta alcahuete la vida lo lleva al episodio histórico del Congo,  junto al lulumbista Gbenye, situación en la que  el protagonista  lleva únicamente dos novelas que ahora quiero leer: Un rey sin diversión, de Giono, y La piedad peligrosa, novela última de mi adorado Stefan Zweig. 

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