Maestro

Maestro, de  Bradley Cooper, retoma una forma de contar al genuino estilo de los clásicos, y por  momentos entramos en esa fantasía en blanco y negro, de fotografía que sublima y diálogos de cine, con la especial verosimilitud de las conversaciones de estudio. Que ella, el personaje Felicia Montealegre es una prometedora actriz, queda claro con el diálogo de seducción inicial, con el que se preconiza una relación duradera junto a Leonard. También que hay una entrega desproporcionada: ella le ofrece la potencial e incalculable necesidad de su ser. Él la acepta. Verdad o no, el precio es elevado. No hablaré de inmoralidad, pero sí de asimetría en el convenio matrimonial, que hace de Felicia una infeliz. Carey Mulligan, en una interpretación poderosa, se pone en la piel de una luz que se desvanece conforme Bernstein se deja arrastrar por su preclara homosexualidad y su razonable necesidad se duplicidad: el compositor pretenciosamente taciturno que no es y el disoluto director. Ella se pierde entre esas luces al entregar la propia. El biopic nos recuerda un prototipo de sumisión edulcorada por  el sentido épico de mujer que contribuye  a la reafirmación y salvaguarda de un genio cuyo semblante oscuro se ve resarcido con el apoyo a Felicia durante su enfermedad. Con todo, el semblante de Leonard Bernstein se muestra como el del hombre más allá de su celebérrimo y laureado West Side Story y muestra muchos momentos  del insigne director que fue desde que Bruno Walter no pudiera dirigir en el Carnegie Hall, es decir , desde el mágico día que el mundo conociera su nombre. 

Hacia el final, el guionista nos regala los versos: “Si el verano no te canta dentro, nada más te canta. Y sin nada que te cante dentro, no puedes hacer música” y nos descubre a la poeta Edna St. Vicent Millay.


 

          Fuente de la imagen: captura de Netflix 



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