Núria Bendicho. Tierras muertas




Tierras muertas es el retrato de unos pocos personajes, todos viscerales y desconcertados, que ponen el foco en una masía de la Cataluña profunda. El horror cotidiano es narrado con abrumadora sinceridad, o para ser más precisa, sin tapujos ni censura, la abominación que gesta la miseria. Como si la vida fuera un juego de enajenados acontecen los hechos. O quizá se deba a las naturalezas humanas la brutal propensión a la atrocidad (la trama es sumamente violenta) y las desproporcionadas fracciones de maldad de las bestias humanas.

En los dramas de las sierras tradicionales siempre ha habido una excusa literaria para la depravación y la marranería moral; sin embargo, aquí se remite a la mera acción: existe la maldad o “les falta una tuerca”, como sospecha Pere. Es horror doméstico y barbarie. Vidas condenadas: “Con el tiempo me he dado cuenta de que la maldad es como la morfina. Que con un poco al principio tienes suficiente, pero que casa vez necesitas más para sentirte mejor e incluso más y más si tienes un buen público a quien no puedes decepcionar con tus humillaciones y bromas de mal gusto” […] Los malditos seguían divirtiéndose, día tras día, porque se creían que humillándome y retirándome la palabra me castigaban y me condenaban, pero no se daban cuenta de que así me salvaban y me permitían estar sola y no tener que esforzarme en entender aquella sarta de tonterías que no había entendido nunca y que siempre me había aburrido tanto“, descubrirá finalmente la pobre Enriqueta. No hay pretexto o,en cualquier caso, se explica mostrando apenas el engranaje social marcado por la violencia doméstica, la ignorancia, el escaso amor, las pocas letras, el poder en las mentes equivocadas. Familias de mal. De un mal inscrito en la memoria y las bocas de los pueblos, en los estigmas y en la sangre.

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